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ERANHINI

EL DOLOR Y LAS CICATRICES

David García Aguirre
Museólogo

Pain is beauty
Chelsea Wolfe

Para los especialistas, el dolor es un claro signo presente en el individuo, innato en nuestra naturaleza y alojado en el cuerpo que se desarrolla y transforma desde nuestro nacimiento hasta la muerte. 

    Esta aseveración vista desde una perspectiva amplia nos lleva a pensar más allá del dolor físico y nos remite a discutir ese dolor emocional o del alma que cada individuo resguarda celosamente dentro de su aparato emocional. Un dolor metafórico resultado de la angustia, la culpa, la vergüenza, el miedo, el querer ser o simplemente no estar es lo que presenta Pablo Querea en su trabajo reconocido por sus ambientes oscuros y perturbadores gracias a sus técnicas y los estudios minuciosos que ha realizado del ser humano y sus emociones.

     En esta serie, el artista presenta una instalación con múltiples rostros distintos entre sí, mostrando infinidad de rasgos que nos hablan de estas fases emocionales. En su conjunto, los rostros adquieren un aire protagónico y se convierten en una especie de monstruo que vigila con sagacidad la actitud del espectador escudriñando cada una de sus cicatrices representadas con un semblante diferente. Es una suerte de espejo donde el espectador tiene la consigna de observar meticulosamente cada rostro y cada expresión para reconfigurar dichos trazos y hacerlos propios.

     Y así, en su conjunto, dentro de este mundo oscuro y adolorido pareciera que el artista imprime también el sello reconocible de la nostalgia, esa bilis negra aristotélica que se creyó propia de creativos a través de los siglos, dejando visible una preocupación genuina por el entorno social en el que se encuentra inmerso. Cada trazo e intervención en el papel ofrece al espectador un sinfín de posibilidades, donde no hay silencio, y la sobresaturación de imágenes rememoran el constante caos del individuo frente a su propia existencia y su contexto creando una metáfora de un ser mutable como símbolo exacerbado de información.

   La pieza desafía al espectador generando una confrontación casi inmediata, indagando en ese dolor representado y figurado que abraza, hipnotiza e inventa caminos ante la poca cordura representada otorgando la opción de compartir el dolor con quien mira atentamente esos fragmentos para hacerlo más llevadero. Así es como Querea retoma cada sonrisa, gesto, lágrima y las convierte en un retrato involuntario de sus demonios y de los demonios de la sociedad traducidos en huellas visibles como heridas abiertas que en un futuro cercano se convertirán en cicatrices imborrables. 

     Es así como descubrimos entre los rostros miradas casi perversas, perturbadas, trastocadas por notables signos de locura y ansiedad así como esa relación oscura y angustiante de la vida y el dolor, porque al final, todos los individuos presentamos un poco de locura, vergüenza, culpa y desconsuelo inherentes en nuestra piel y memoria, como una cicatriz imposible de borrar.  

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